4/4/09

Una bolsita secreta…


La niña siempre quiso ser veterinaria, estaba segura que iba serlo. Se pasaba horas inmersa en aquella dimensión… rescatando todo tipo de animales y bichos, por más raros o feos que fueran, para ella, veteranos de la belleza, anonimatos fascinantes... ahora no soporta las arañas. Gastaba tardes de saliva, y luz blanca los fines de semana... los gastaba, conversando con su eterna escucha, su atención, su quietud, su instinto… ahora el tiempo le moja el cerebro. Pasaba recolectando cuanto artefacto extraño encontrara, en especial si servía como utensilio de supervivencia en sus peligrosas expediciones en las selvas vírgenes del valle del sol; jugaba todo el día con ellos, y en la noche los llegaba a guardar en su preciada caja de Pandora… cuidadosamente escondida detrás de la casita de espuma... seca, alejada y segura; y además protegida por un par de matas despeinadas que colocaba encima… ahora la cubre el abandono, la pregunta. Le gustaban mucho los vestidos, los overoles y los abrigos con muchas bolsas, en especial las “secretas” que estaban por dentro, y nadie más que ella, conocía de su presencia… especiales para sus múltiples artefactos insólitos, descubiertos a diario, en su nómada existencia, pero sobre todo para cargar a esas pobres criaturas indefensas, esconderlas de sus hambrientos depredadores… hacerlas caracol; y permitirles dormir pacíficamente en la tibieza de sus telas. Hoy la niña camina desnuda… sin overol, sin bolsas, sin huésped… la cubren rasgas de tela arrebatada, en busca de una bolsita secreta que la cargue, que la esconda de los dientes, de la violenta contemplación de la fiera.


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